En un lugar remoto vivía un sabio campesino con su hijo. El joven, Francisco, era trabajador y honrado, como su padre, pero era presa de la impaciencia propia de su edad. Un día soleado, caminaban juntos llevando una carreta cargada con los frutos de su tierra, la cual era jalada por el caballo de la familia.
En un descuido, el caballo se soltó y huyó campo traviesa. Desolado, el joven volteó a ver a su padre y exclamó:
-¡Es una desgracia! Hemos perdido el caballo, ¿ahora cómo llevaremos nuestros alimentos a la aldea para venderlos? ¡moriremos de hambre!
Su padre, impávido, le dijo con tranquilidad:
-Tranquilo, Francisco. No seas tan veloz en juzgar negativamente, ¿cómo lo llamas desgracia, si no hemos visto lo que nos depara el tiempo?
Sin mediar más palabra, siguieron su camino. Lejos de apreciar el consejo de su padre, Francisco rumió sobre su mala suerte todo el trayecto, preocupado por el futuro y la gran desgracia acaecida a su familia.
A los pocos días, el caballo regresó acompañado por una hermosa yegua.
Emocionado, Francisco corrió hacia su padre:
-¡La suerte nos ha sonreído! Nuestro caballo regresó y ahora tenemos dos caballos. ¡Podremos hacer mucho más con los dos!
Su padre sonrió con ternura, y le respondió:
-Tranquilo, Francisco. No seas tan veloz en juzgar con tanto optimismo, ¿cómo lo llamas suerte, si no hemos visto lo que nos depara el tiempo?
El joven volteó los ojos y se alejó: ¡su padre no entendía nada!
Francisco dedicó sus días a entrenar a la yegua, montándola unas horas todos los días para acostumbrarla… hasta que un día el animal se espantó, lanzándolo contra el suelo. El joven cayó, rompiéndose una pierna.
-¡Qué desgracia! ,- exclamó – me he quebrado la pierna. ¡No podré trabajar el campo contigo, padre! ¡Moriremos de hambre!
Su padre le respondió con calma,
-Tranquilo, Francisco. No seas tan veloz en juzgar negativamente, ¿cómo lo llamas desgracia, si no hemos visto lo que nos depara el tiempo?
Francisco se alejó, enfurecido. Era increíble que su padre no comprendiera la magnitud de las cosas.
Una semana después, llegaron a su vivienda unos soldados: buscaban a todos los hombres en edad de pelear, porque comenzaba una guerra. Sin embargo, al ver al muchacho con la pierna rota, se alejaron, el joven no estaba en condiciones de pelear.
Su padre se acercó, con una amplia sonrisa le dijo:
-¡Hijo, qué suerte!
En ese momento Francisco entendió todo. Más allá de lo visible, la vida está llena de significados: las cosas pasan por algo, es mejor esperar a los resultados y confiar en que tendrán un propósito para nuestra existencia.

Ese Francisco tan Edgar Gutiérrez ó Edgar Gutiérrez tan Francisco je je je
Mucha profundidad en lo que escribiste, y mas cuando se vive en carne propia, me dejaste pensando en tantas cosas… Gracias por la historia.
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