Sopa de piedra

En la naturaleza, podemos encontrar diversas especies animales trabajando juntas en perfecta coordinación… entre las que difícilmente encontramos a los humanos. Somos seres sociales. Necesitamos de la cercanía de los otros para encontrar la plenitud pero, irónicamente, no somos los mejores a la hora de cooperar. Nos cuesta trabajar unidos, sobre todo en momentos de escasez. Sin embargo, cuando lo hacemos, somos capaces de lograr resultados fantásticos.

La fábula portuguesa de la sopa de piedra busca transmitir eso en una simpática y breve historia: si dejamos de lado nuestro egoísmo, encontraremos que la unión realmente hace la fuerza. ¡Te cuento mi versión de esta historia!

En un pequeño pueblo perdido entre las montañas, llegó una anciana. Había caminado durante días sin descansar, por lo que se encontraba hambrienta y helada. Caminó entre la gente del pueblo pidiendo alimento, pero fue recibida con rechazo y pretextos de sus habitantes, que habían tenido un año complicado y pocas reservas de alimento.

La anciana, una mujer tan astuta como sabia, decidió que la mejor forma de conseguir el apoyo de las personas de ese lugar, sería motivarlos. Así que en voz alta declaró: Me haré una deliciosa sopa de piedra. Acto seguido, comenzó a buscar las mejores piedras del suelo hasta que encontró una de tamaño y textura ideal.

Los habitantes la observaban con curiosidad y sorna, pensando que había perdido la cabeza.

-¿Qué sucede? ¿Acaso no han probado nunca este manjar? – los retó la anciana.

Entre risas, le respondieron que tendrían que ver para creer que eso fuera posible. Ella pidió que le prestaran un caldero para poder demostrarlo, y que le permitieran encender un pequeño fuego. Los habitantes accedieron a su petición, con gran curiosidad de ver el resultado de la locura de la mujer.

La anciana puso el agua a hervir con la piedra y se sentó a esperar. Pasaron unos minutos y exclamó: «esto será delicioso… si, tan solo, tuviera un pedazo de carne, quedaría mejor.» Una madre de familia entró a su hogar a sacar uno de los pedazos que le quedaban. La anciana lo recibió y se apresuró a llenarlo con agua.

Echaron la carne a la olla y la anciana movió el pedazo junto con la piedra. Al cabo de un rato, probó el caldo y anunció que, si tan solo tuviera sal, la sopa sería una delicia digna de reyes. Le dieron la sal. Con la misma estrategia, la anciana siguió solicitando ingredientes y, de poco en poco, consiguió lo suficiente para preparar un delicioso caldo cuyo olor llegaba a todos los rincones de la pequeña aldea.

Cuando el caldo estuvo listo, la anciana indicó a las familias reunidas que se acercaran con platos y cucharas. La comida alcanzó para todo el pueblo, que logró saciarse de una manera que no había podido hacerlo en meses. Cuando terminaron, solo quedaba la piedra al fondo del caldero. La anciana la sacó y la tiró sin miramientos. Uno de los pocos niños del lugar, se acercó curioso:

-Señora, ¿por qué tira la piedra que logró esta deliciosa comida?

-Porque ya cumplió su función, – le sonrió ella – que era convencerlos de dar un poco de lo poco que tenían para crear algo fantástico.

Los que escucharon la respuesta estallaron en carcajadas, comprendiendo la lección: compartir lo que se tiene hará que sea más fácil multiplicarlo.

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