Amor de papá

La historia no hace justicia al alcance del amor de los padres, que son capaces de superar todos sus límites por sus familia. En ocasiones podemos olvidar el enorme regalo que se esconde detrás de cada uno de nuestros papás, que, si tenemos suerte, estará lleno de constantes sorpresas que nos llenarán de anécdotas y aprendizajes para toda la vida.

Hoy quiero compartir con ustedes un cuento que espero sirva para recordar el inconmensurable valor que tenemos en nuestros padres.

En un pequeño pueblo vivía Carlitos, un niño que amaba jugar en el campo. Carlitos vivía feliz, pues nada le hacía falta jamás: tenía en los animales y otros niños compañeros de diversiones y siempre había comida deliciosa en su mesa. Su papá, un hábil carpintero, lo observaba con orgullo y alegría día tras día mientras él crecía en su bello hogar.

Sin embargo, un día Carlitos dejó de sonreír. Preocupado, su padre le preguntó qué sucedía, ¿por qué ya no irradiaba felicidad como antes?

-Todos mis amigos tienen un videojuego… yo no, así que no puedo jugar con ellos ya y me aburro. – le respondió el niño con los ojos gachos.

-Comprendo… no te preocupes. – le dijo su padre, pensativo. Llevó sus ojos a su mesa de trabajo, donde reposaban decenas de bellas e ingeniosas creaciones de madera que había realizado con gran esfuerzo a través de los años. – Mañana venderé algunas cosas y compraremos tu videojuego.

A Carlitos le regresó la sonrisa casi de inmediato. Con un grito de emoción lo abrazó y corrió a buscar a sus amigos para darles la buena noticia. Al día siguiente, lo recibió su nuevo videojuego en la entrada. Emocionado por probarlo, ni siquiera se percató de que la mesa de trabajo de su padre estaba prácticamente vacía, solo quedaban las herramientas y unos retazos de madera.

Poco tiempo después, Carlitos debió irse a la ciudad para estudiar. Tomó sus cosas y se salió de su casa casi sin mirar atrás, emocionado por la perspectiva de cambiar de escenario. Pasaron los meses y debió volver a casa, otra vez con la preocupación marcada en su rostro. Una vez más, su papá le preguntó qué le molestaba.

– Papá, la escuela es genial pero he perdido un poco el hilo de las clases, pues no he podido comprar unos libros que necesito para estudiar.

Su padre se quedó pensando una vez más, volteando a su mesa de trabajo, sobre la cual descansaban sus herramientas y un par de nuevas creaciones.

-No te preocupes, hijo. Lo resolveremos.

Al día siguiente, Carlitos encontró billetes y monedas suficientes para comprar sus libros. Emocionado los tomó y se preparó para salir a la ciudad, sin darse cuenta que las herramientas habían desaparecido.

El tiempo fluyó, escapándose como agua sin que Carlitos, que ahora se hacía llamar Carlos y era todo un hombre, volviera a visitar a su padre.

Años después, Carlos regresó al campo con noticias para su papá. Había conocido a alguien muy especial y planeaba casarse. No obstante, sus ojos no brillaron al decirlo, cosa que extrañó a su padre. Cuando le preguntó, él respondió:

-Estoy preocupado porque me hace falta aún juntar dinero para la boda y me gustaría darle a mi pareja lo mejor de lo mejor.

Una vez más, su padre suspiró, pensativo. Ya no le quedaba mucho y le gustaría que su hijo regresara para algo más que no fuera pedirle ayuda, pero no importaba.

-No te preocupes, lo resolveremos.

Al día siguiente, el padre esperaba a Carlos con una suma considerable de dinero.

-Papá, ¿de dónde sacaste tanto? ¡No es necesario que te preocupes, conseguiré el dinero por otro lado! – esta vez, sí se dio cuenta de que faltaba la mesa de trabajo de su padre y el terreno que rodeaba su casa ostentaba un letrero que sentenciaba «SE VENDE».

Su papá se encogió de hombros y lo abrazó, convencido de que su hijo merecía eso y más.

Una vez más, Carlos desapareció en el horizonte. Un par de veces invitó a su padre a visitarlo a la ciudad, donde convivían y pasaban momentos agradables junto con su nueva familia.

Al paso de los años, se encontraba el padre contemplando el atardecer cuando vio a su hijo aparecer en el camino. Lo vio triste y desanimado y su corazón se encogió. Volteó a su alrededor, buscando con urgencia algo que pudiera utilizar para aliviar el malestar de su hijo… pero ya no le quedaba nada.

Cuando llegó hasta él, su hijo lo abrazó y comenzó a llorar.

-¡Hijo! ¿Qué te sucede? ¿Cómo puedo ayudarte?

-Tranquilo, papá… solo necesito tu compañía. Te extraño, me ha ido mal últimamente. Ahora, que al fin soy padre, he tenido qué sacrificar todo lo que tenía para sostener a mis hijos. Cuando fui chico nada me faltaba. No teníamos mucho y, sin embargo, siempre tuve lo que necesité. ¿Cómo lo lograste?

Su padre le sonrió y lo abrazó más fuerte con una sonrisa. Es muy sencillo. Siempre estuve dispuesto a darlo todo por ti.

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