En ocasiones vivimos la vida sin preocuparnos por los demás. No nos molesta lo que pasa a nuestro alrededor siempre y cuando no nos afecte de manera directa. Le restamos importancia a los sentimientos y acontecimientos ajenos hasta el momento que nos toca experimentarlo de primera mano.
Esta breve pero bella fábula te ayudará a recordar la importancia de ayudar al prójimo ya que hacerlo desinteresadamente puede tener un hermoso impacto en nuestra vida. A veces, solucionar una situación ajena a nosotros mismos es lo que necesitábamos para encontrar respuestas en nuestro interior.
En un pequeño bosque a las orillas de una gran ciudad se erguía un fantástico roble de sólidas raíces y frondosas ramas. En su interior habitaba un grupo de ardillas que habían trabajado arduamente para prepararse para el invierno. Como resultado, a pesar de estar rodeadas por parajes nevados, disfrutaban en el calor de su hogar.
Una mañana especialmente fría, la paz del bosque congelado se vio interrumpida por el sonido de maquinaria pesada: una vez más los humanos estaban destruyendo parte del bosque para construir más edificios.
Las ardillas contemplaron el panorama con enorme tristeza, ¿acaso nunca iba a parar la destrucción? ¡El ser humano ya tenía acaparado bastante territorio! Sin embargo, a pesar de todo se mantuvieron tranquilas: su roble sería respetado y ellas tenían suficiente alimento almacenado para subsistir el invierno.
Se metieron de nuevo a descansar, pero la inquietud las mantenía alertas. No entendían qué les molestaba, ¡si ellas estarían bien! Hasta que la más pequeña de ellas les dijo que no podía ser que se mantuvieran pasmadas ante la situación. Tenían un hogar, abrigo y alimento ¿cómo podrían no compartirlo?
Algunas ardillas se preocuparon: de ayudar a otros, tendrían menos comida para ellas. Al final, la solidaridad y empatía ganaron terreno, por lo que las ardillas acordaron salir en diferentes direcciones para ayudar a las demás criaturas a su alrededor.
Poco a poco, el enorme roble comenzó a llenarse de animales e insectos de todo tipo y tamaño conforme las ardillas las salvaban de la destrucción en su ecosistema. Algunas seguían preocupadas, ¿de dónde sacarían suficiente alimento para todos?
Al poco rato cuando los humanos partieron, el árbol se encontraba tan lleno de vida que el calor de las criaturas ocasionó algo parecido a un milagro: al sentir el calor, el árbol comenzó a florecer como si fuera el mismísmo verano.
De esta manera, el roble se convirtió en un cálido centro que permanecía impávido y lleno de alimento ante el inclemente invierno… todo porque las ardillas decidieron compartir lo que tenían indiscriminadamente.
