En estos días que tanto se habla de la Muerte y aquellos que no se encuentran con nosotros, es normal extrañar y añorar a personas y momentos que sabemos que no se repetirán.
Para algunos, sus seres queridos se manifiestan en recuerdos e imágenes mentales. Para otros, en olores y otros estímulos sensoriales que nos hacen pensar en ellos: el aroma de una planta o flor en particular, de una bebida o algo que asociemos con ellos. Para los menos emocionales, puede ser más complicado abrirse a esas experiencias… sobre todo si se buscan desde un marco de pensamiento lógico; pues lo que añoramos está en nuestra alma y corazón; en aquellos planos que el cerebro no alcanza.
Nuestros amados nunca se van realmente. Vuelven a la vida cada que los recordamos y contamos sus historias. Basta mencionar su nombre para sentir el cambio en el aire a nuestro alrededor, que se transforma para permitirnos sentirlos.
Podemos evocarlos aún cuando ya no podemos escucharlos o tocarlos. Basta con dejar de lado los pensamientos y el escepticismo para concentrarnos en nuestro corazón y experimentar en lo más profundo de nuestro ser sus mensajes y su amor.
Si cierras tus ojos y te concentras en el rostro de aquel al que tanto extrañas, puedes escuchar sus palabras sin que pasen por tus oídos. ¿Qué te dice? Lo más probable es que su mensaje es de amor y perdón. Estoy segura que te asegura que está mejor y que debes seguir adelante. Que las culpas son efímeras y, como tal, debes permitir que fluyan para avanzar.
También llega la promesa de que siempre estarán a nuestro lado, incluso en los momentos más difíciles en los que no conseguimos calmar nuestra mente lo suficiente para despejar al corazón y recuperar nuestra calma.
Que la vida es un viaje eterno… porque nuestros cuerpos mueren pero el amor trasciende.
Ale Maytorena 