En colaboración con Ignacio Luna.
Nos observamos con atención, apreciando la consideración, comprendiendo que entender, no es necesario para querer. Te escucho. Me escuchas. Palabras elocuentes, adornadas. Asertividad y amabilidad en cada sílaba; el motivo perfecto para en la paz creer. Saboreo el momento de hacerte un bien. Es dulce, como tu piel. Un tanto amargo, también... Por la eterna impermanencia de tu miel. Estrechamos nuestras manos, cálidas; como dos autores que escriben los síntomas del aprecio en sus vidas en compañía de una cómplice sonrisa. Tu identidad saluda a mi nariz, me embriaga la suave brisa de tus ojos en los míos, tus palabras en mis oídos… Con aquel olor agridulce de saber que, ante todo, Te respeto.