La leyenda del loro

Cuenta una bellísima leyenda argentina que, hace mucho tiempo, los bosques se encontraban siempre verdes en una eterna primavera. No existían las estaciones, por lo que los humanos convivían en armonía con la naturaleza sin preocuparse por su futuro.

En una de las tribus de la zona, vivía un apuesto joven que adoraba hablar. Tanto hablaba que, cuando se quedaba sin nada nuevo que decir, comenzaba a repetir lo que otros decían. Si bien era querido por su gente, muy pocos le tenían paciencia por su incesante parloteo.

Llegó el día en que el joven debió abandonar la villa para ir en una importante cacería que marcaría su incursión en la adultez. Inmediatamente, los habitantes sintieron el cambio. Sorprendidos, se dieron cuenta que podían escuchar a las aves cantar, los susurros del viento al acariciar las hojas de los árboles y los insectos por las noches.

Sin embargo, para decepción de la tribu, el joven regresó al cabo de un par de meses. Esta vez su parloteo era distinto: les platicaba sin parar cómo al ir al norte se encontró con árboles cuyas hojas cambiaban de color al tiempo que el clima se volvía más frío. No lo tomaron en serio, pues asumieron que eran nuevos intentos de él para evitar guardar silencio.

El joven desesperaba y se volvía cada vez más insistente, pero solo se encontraba con incredulidad entre su gente. Poco a poco, comenzaron a ignorarlo, cansados de escucharlo. Añoraban el silencio, de ese en el que se pueden escuchar nuestros pensamientos.

Ante la actitud de los habitantes del lugar, el joven comenzó a transformarse físicamente. Poco a poco, e inadvertidamente, su piel se cubrió de verdes y brillantes plumas y su boca se endureció en forma de pico: se había convertido en el primer loro.

Te imaginarás la sorpresa de la tribu cuando encontraron entre las copas de sus bosques unas hojas marrones y naranjas… y el clima comenzó a cambiar. Fue hasta entonces que buscaron al joven para pedirle explicaciones y que los ayudara a entender lo que estaba sucediendo… pero ya no lo encontraron. La aldea al fin había quedado en silencio. Cansado de su sordera, el loro se había ido para seguir hablando en lugares donde reinaba la primavera y la gente se regocijaba escuchándolo.

Desde ese entonces, los loros se alejan en el otoño, regresando de visita a sus tribus cuando los árboles se vuelven a vestir de color verde para alegrar con su parloteo a aquellos dispuestos a escuchar.

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