El mito del tlacuache y el fuego

Descubrir cómo domesticar al fuego fue quizá uno de los conocimiento más trascendentales para la humanidad. Dominar al fuego permitió una evolución de nuestras actividades cotidianas, así como las expectativas de vida de la humanidad. Con su ayuda, nos posicionamos como especies determinantes de la cadena alimenticia.

Como resultado, no es sorprendente que se encuentren innumerables mitos y leyendas cuyo propósito es contar el origen del fuego, usualmente percibido como un regalo de la divinidad hacia nosotros. Sin embargo, una de mis historias favoritas no involucra a los dioses, sino a una tierna criatura mexicana que usualmente es confundida con un roedor: el tlacuache.

Hace muchos años, la humanidad no contaba con el fuego, por lo que constantemente permanecían a la merced del clima y las estaciones, sin manera de cocinar sus alimentos o generar un poco de calor en sus hogares. Hasta que una noche, una estrella que los observaba se compadeció de ellos y se dejó caer del cielo para hacerles un regalo: el fuego.

Para mala suerte de las personas, el fuego cayó cerca de un asentamiento de una tribu egoísta, los cuales decidieron tomar el fuego exclusivamente para ellos. Lo alimentaban noche y día de madera y hojas secas para que no se apagara, pero se negaban a compartirlo con los demás: querían tener controlado el regalo del cielo que creían podría usarse como un arma para dominar a los demás.

Con tristeza, muchas familias padecían el frío y la oscuridad por las noches, mirando con nostalgia a la egoísta tribu que prosperaba con ayuda del fuego. Los animales y plantas de la región observaban la injusticia, y la reprochaban con impotencia.

Hubo un animalito que no se resignó: el pequeño y simpático tlacuache. Sin dudarlo, acudió ante los humanos y ofreció su ayuda para recuperar el fuego. Algunos se burlaron de él, pues ¿que podría hacer una criatura tan insignificante para ayudarlos? Solo una tribu, los Huicholes, no se burló, y aceptaron con el corazón enternecido su oferta.

El tlacuache penetró en el territorio de los dueños del fuego. Por su tamaño, le fue sencillo colarse en el campamento sin que repararan en su presencia. Aún si alguien lo veía, no despertaba las alarmas de nadie. Conforme se acercaba a la gran fogata, comenzó a ser cada vez más discreto.

Después de varios días dejando que los guardias del fuego se acostumbraran a su presencia, el animal utilizó su cola para recoger una gran brasa. El fuego lo quemó, causándole gran dolor, pero no lo soltó. El olor a pelo quemado llamó la atención de uno de los guardias, que al percatarse de la situación intentó detenerlo sin éxito.

El tlacuache logró huir y, malherido, llegó al campamento huichol, donde finalmente soltó la brasa para que los pobladores la revivieran y la alimentaran. Después de eso, el pelo de su cola jamás logró volver a crecer, pero la criatura no se arrepintió: el pueblo huichol compartió el fuego con las demás tribus y toda la humanidad comenzó a prosperar.

¿Conocías esta bella historia?

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