Oestre, la liebre y la Pascua

 Originalmente, la Pascua era celebrada como el renacer de la tierra en primavera, ese maravilloso momento en el que las aves, plantas y seres vivos despiertan ante el esplendor del retorno del calor del sol después del invierno. Una de las deidades veneradas durante esta celebración era Oestre, la joven diosa de la luna, la fertilidad, la primavera y la vida.

Año con año, cuando Oestre, también conocida como Ostara, caminaba sobre la tierra, el hielo se derretía a su paso, los árboles brotaban y los vientos se calentaran. En una ocasión, la diosa doncella paseaba por un prado cuando se encontró con un pajarito herido, cuya ala no le permitía emprender el vuelo.

Al ver al ave en medio de los remanentes de la nieve, Oestre se conmovió profundamente. Lo tomó en sus manos y decidió convertirlo en un animal capaz de huir a toda velocidad de los cazadores y de detectar los peligros a lo lejos con sus grandes orejas: una hermosa liebre.

Agradecida, la liebre acompañaba a la diosa en sus andares por la Tierra, ayudándola cada primavera a esconder pequeños huevos de colores llenos de bendiciones para los afortunados que los encontraran. Los huevos, de brillantes colores, eran generalmente encontrados por gente joven que recibía con su corazón abierto un sinfín de bendiciones y fertilidad en sus proyectos, por lo que a la liebre le fascinaba observar el momento en que encontraban los huevos.

Sin embargo, la liebre era imprudente, y comenzó a mostrarse poco respetuosa con la diosa. Llegó el día que ella se molestó tanto que lo arrojó al cielo, formando la hermosa constelación de Lepus. A pesar de su enojo, Oestre era una diosa misericordiosa, por lo que accedió a darle una pequeña indulgencia: cada año, el día de la llegada de la Primavera, la liebre tiene permitido regresar a la tierra para compartir, una vez más, sus huevos de mágicos colores con los humanos.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.