La historia de amor que dio origen a las jacarandas.

Las jacarandas son unos hermosos árboles de hasta 30 metros de estatura cuya sombra llena de color lila su entorno, matizando ciudades como la Ciudad de México con delicadas flores de tonos rosáceos y violetas.

A lo largo de las estaciones, el árbol de jacaranda se yergue orgulloso como fiel observador del tiempo… hasta que llega la primavera y brotan en diferentes tonalidades en gran parte de América del Sur.

Por su gran belleza y resistencia, la jacaranda ha sido motivo de misterios y leyendas. De el gran acervo de historias que relatan su místico origen, destaca un romántico relato guaraní de la historia de amor de la dulce española Pilar y el valiente indígena Mbaraté.

Pilar llegó a la Colonia española en compañía de su padre, deslumbrando a su paso con su hermosa belleza y su piel de alabastro. Además de su negra y espesa cabellera, Pilar contaba con un característico rasgo: sus hermosos ojos almendrados eran de tonalidades violeta. En una ocasión, mientras la joven paseaba en compañía de sus doncellas, un joven nativo captó su mirada. Él trabajaba la tierra con pasión y ahínco cuando sus ojos se encontraron y quedaron instantáneamente enamorados.

Los jóvenes comenzaron a interactuar, aprovechando cada pretexto para encontrarse de frente y sonreírse. No obstante, lo hacían con suma cautela ya que no era bien visto que una doncella española pasara tiempo con un nativo.

Un día, Mbaraté se armó de valor y le confesó a Pilar su amor en un titubeante español. Ella no dijo nada, tomada por la sorpresa y la emoción, pero sus bellos ojos violeta y su brillante sonrisa le hicieron saber al joven que su amor era correspondido. Al poco tiempo de eso, decidieron huir juntos, encontrar un lugar donde pudieran profesar sus sentimientos por el otro sin prejuicios o impedimentos por sus diferentes orígenes étnicos y clase social. Fue así como la pareja se escapó al amparo de la oscuridad, asentándose en una sencilla pero acogedora choza que él había construido.

El padre de Pilar, un caballero español, comenzó preocupado la búsqueda de su hija, creyendo que había sido secuestrada por algunos rebeldes de la tribu. Tras semanas de búsqueda implacable, el caballero encontró la pequeña choza escondida en la selva.

En el momento de su llegada, los jóvenes se encontraban sentados compartiendo un abrazo, escena que enfureció al español a tal grado que desenfundó su arma y apuntó con ella al apuesto Mbaraté.

Una detonación resonó en toda la selva… pero el cuerpo que cayó inerte fue el de Pilar. La valiente española había saltado frente a su amado para intentar disuadir a su padre de sus violentas intenciones. Una segunda detonación, y el joven indio cayó sobre el cuerpo de su amada.

Loco de rabia y dolor, el caballero español abandonó los cuerpos y se dirigió a la aldea. Sin embargo, pasaron las horas y él no podía dejar de pensar en su hija, en las consecuencias de sus acciones. Tras mucho debatirlo consigo mismo, el español se dirigió a la choza, en búsqueda de los cadáveres para darles sepultura y pedir perdón por sus imprudentes actos.

Al llegar, se encontró con enorme sorpresa que no estaban los cuerpos de los jóvenes. En su lugar, se alzaba un bello árbol de grueso tronco cuyas ramas mecían bellísimas flores de tonalidades moradas.

Con el paso del tiempo, el caballero comprendió que Dios se había compadecido ante el amor tan puro y sincero de la pareja, por lo que convirtió a Mbaraté en un fuerte y sólido árbol… y que, de cada una de sus ramas, los bellos ojos violeta de Pilar se mecían en forma de flores al viento.

 

 

 

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