Cuenta una misteriosa leyenda celta que Bella era, como su nombre lo indicaba, la más hermosa de las mujeres: su elegancia y suavidad atraían las miradas por donde pasara. Sin embargo, el espíritu de Bella no era un reflejo de su exterior: su corazón era frío y distante, desconectado de toda emoción y sentimiento.
Una tarde Bella paseaba por el río, en su usual letargo, cuando en las aguas contempló un reflejo que la hizo sentir viva: durante una fracción de segundo, pudo observar un fabuloso unicornio. Por primera vez, Bella sintió su corazón palpitar por la emoción y quedó cautivada por la criatura… que desapareció sin dejar rastro.
A partir de ese momento, Bella dedicó cada uno de sus instantes a buscar al unicornio, intentando volver a sentirse viva, volver a llenarse con emociones y sentimientos como solo lo había experimentado una vez en su vida.
En su obsesión, Bella fue descuidando su apariencia. Los habitantes de su aldea la llamaron loca, cuchicheaban a su paso mientras ella vagaba con la mirada perdida en búsqueda de la criatura. Pero a ella no le importaba, su mente y su corazón se mantenían fijos en un solo objetivo: capturar a aquel ser que logró hacerla sentir como jamás se había sentido.
La joven ideó un plan: con sus cabellos tejió una enorme red, pensando solamente en atrapar al unicornio. En un descuido, la hermosa criatura cayó presa en la trampa. Fascinada, Bella se acercó a acariciarlo, sin dejar de sonreír por saber que el unicornio debería pasar toda la eternidad a su lado: ¡no tendría más remedio que quererla!
El unicornio, con la sabiduría de aquel ser que ha transitado durante siglos por la tierra, la miró con desdén y le dijo que el amor solo podía existir desde la libertad; ya que los corazones jamás pueden ser cautivos aún cuando el cuerpo caiga preso.
Con el corazón destrozado, Bella se quedó paralizada, sorprendida por las palabras tan crueles como verdaderas. En ese instante, la red se desvaneció en el aire y el unicornio escapó. La joven sintió que se volvía de piedra, su suave piel convirtiéndose en una perfecta estatua, destinada a contemplar por siempre cómo florece el amor verdadero de los jóvenes que pasean por los campos, desde el corazón, la libertad y la honestidad.
