Cuenta la leyenda que la Vida se enamoró de la Muerte. La Vida, una energía femenina con toda su belleza y vigor, admiraba profundamente la compasión y la ecuanimidad de la Muerte. La Muerte, energía masculina de gran fortaleza y rectitud, aprendió a adorar la fragilidad y espontaneidad de la Vida.
A pesar de su mutuo respeto y fascinación, se desenvolvían en planos diferentes: la Vida regía sobre la Tierra y la Muerte sobre el más allá… razón por la cual no podían estar físicamente juntos.
La Vida, con su interminable creatividad, diseñó un hermoso plan para recordarle a su amado de su presencia sin estar a su lado: día con día, elegía a bellas criaturas y las preparaba para que recorrieran un camino lleno de obstáculos, fortaleza, amor y esperanza hasta donde él espera, compartiendo así incontables regalos que le recordaran la hermosura y riqueza de la vida.
La Muerte, al recibir los regalos, los toma en sus brazos y los cuida por la eternidad, acogiendo con ternura cada una de las criaturas para acompañarlas a un nuevo lugar de luz, amándolas como ama a su inalcanzable compañera: la Vida.
Vivamos la vida como si fuéramos parte de la historia de amor más bella y eterna del universo, como una éterea existencia que nos prepara para algo más grande, algo mejor.