Entre las tribus andinas existen hermosos mitos y leyendas para explicar el origen de la vida como la conocemos ahora. De entre ellos, destaca un famoso mito sobre el zorro que cayó del cielo, también conocido como Atoq por los quechua.
El Atoq vivía en un mundo árido desprovisto de vegetación, donde solo se escuchaban rumores de un mundo mejor en el cielo, apto solo para aquellos magníficos voladores que podían alcanzarlo con sus poderosas alas.
Un buen día, un enorme cóndor se presentó ante el zorro para invitarlo a un banquete en el cielo, donde podría convivir con criaturas magníficas y consumir manjares exquisitos. El zorro, sin dudarlo, aceptó la invitación y montó sobre el ave.
Con el Atoq a cuestas, el cóndor voló cada vez más alto hasta llegar a un enorme recinto construido sobre las nubes, donde se apeó cuidadosamente el pequeño zorro.
Durante un día y una noche, el Atoq bebió y consumió delicias desconocidas para él, descubriendo frutas, semillas y tubérculos desconocidas para los habitantes de la tierra. El cóndor comenzó a desesperarse: la fiesta ya había durado demasiado y quería descansar, por lo que comenzó a insistir a su nuevo amigo para que partieran. Sin embargo, el zorro se resistía a partir: quería quedarse por siempre en el cielo para disfrutar de la celebración y la deliciosa comida. Finalmente, el cóndor lo convenció de partir.
A regañadientes, el pequeño zorro volvió a montar al cóndor para regresar a la tierra. Durante el camino de regreso, lejos de agradecer a su amigo alado por la oportunidad de conocer y celebrar con las criaturas del cielo, el Atoq se dedicó a recriminarle por haberlo sacado de la fiesta, llegando al grado de acusarlo de egoísta y envidioso.
El cóndor, por naturaleza impaciente, intentó ser paciente y mantenerse comprensivo… hasta que vio colmada su paciencia y no pudo resistirlo más: con un ligero movimiento, se sacudió para provocar la caída del zorro, que se deslizó por su cuerpo hacia el vacío. El pequeño animal cayó desde el cielo; un rayo naranja que caía en picada a toda velocidad hacia su muerte.
El cuerpo del Atoq se estrelló contra el suelo, explotando su barriga tan llena de semillas y alimentos desconocidos en todas las direcciones, resultando en las primeras plantas de la tierra. Con el tiempo, la vegetación se replicó y permitió el desarrollo de la humanidad, transformando a la tierra en un planeta verde y abundante.
Como agradecimiento al pequeño zorro que sin saberlo trajo la vida vegetal a la tierra, su cuerpo ascendió a las estrellas, formando la hermosa constelación del Atoq, cuyo avistamiento indica el inicio de la temporada de siembra en algunos países de América del Sur.
¿Conocías esta magnífica leyenda?
