El árbol es uno de los elementos más constantes en la historia del ser humano. Altos, delgados, floridos o de gran follaje, han llenado con su silenciosa presencia los acontecimientos más importantes para la humanidad, convirtiéndose incluso en referentes de lugares y hechos como guardianes impasibles de nuestras memorias.
Además de la sombra, belleza y oxígeno que nos regalan, los árboles tienen una serie de enseñanzas preciosas que nos ofrecen, aunque a veces lo olvidemos envueltos como estamos en nuestra rutina y ocupaciones cotidianas.
El árbol se mantiene inmóvil frente a la tempestad, confiando en que sus raíces serán suficientes para mantenerlo firme. Además, en el caso de ser cortado, con el tiempo encuentra su camino de regreso a la vida, por lo que no es raro ver muñones de troncos o ramas con tiernos brotes que luchan para regresar a su posición anterior, ahora más fuertes.
Nos recuerdan que, sin importar la fuerza de la tormenta, no debemos olvidar quiénes somos ni lo que realmente importa, sino que hay que permanecer lo más estables posibles con la certidumbre de que: somos suficiente para soportar esta tempestad y las que vienen. Son firmes testigos de que la vida gana, que se puede volver a florecer aún después de sentir que perdimos todo, aún sintiéndonos incompletos podemos seguir creciendo.
Estas plantas personifican la diversidad para recordarnos que todos tenemos algo qué aportar a los demás; no necesitamos ser los más grandes, los más frondosos o los más fuertes para hacernos valer y ser realmente útiles.
Los árboles nos recuerdan la generosidad, ofreciendo su sombra, alimento e, incluso, medicina a quienes se acerquen a él. Exigiendo nada a cambio más que respeto a su vida y su fortaleza, el árbol da sin mirar a quién y no quita nada.
Seamos como un árbol ante la adversidad y sigamos floreciendo, creciendo y fortaleciendo nuestras capacidades, con la confianza que la tormenta amainará y nosotros seguiremos en pie. ¿Qué otras enseñanzas nos dejan los bellos árboles?
Ale Maytorena 