El cuervo es una majestuosa ave que ha sido erróneamente asociado con la muerte y con funestas señales, considerándose incluso como un ave de mal agüero a pesar de su inteligencia y capacidad para distinguir y recordar los rostros humanos. Esta hermosísima leyenda de los indios haida cuenta otra versión sobre el significado del cuervo y su interacción con la humanidad.
En un momento antes del tiempo, nuestro mundo se encontraba sumido en tinieblas. No había rayos de luz ni el más leve resplandor que permitiera distinguir el contorno de la Tierra ni de sus habitantes, por lo que la vida se desenvolvía en un mundo sin colores y sin belleza donde solo el tacto y el oído permitían conocer el mundo. Todo era negro cual carbón, sumido en una oscuridad tan profunda que parecía imposible imaginar que esta situación cambiaría.
A orillas de un río invisible en la oscuridad, vivía un anciano cuya existencia consistía en cuidar una enorme caja que tenía otra adentro, que a su vez guardaba otra caja en una secuencia aparentemente interminable hasta llegar a una caja tan pequeña que contenía toda la luz del universo en su interior. El anciano cumplía con fervor su tarea de guardar las cajas e impedir que las abrieran, sin embargo, su motivación surgía del temor: si la luz estaba tan celosamente guardada, seguramente era horrible y peligrosa.
La mayoría de los habitantes de la Tierra se habían adaptado a la oscuridad, realizando su día a día sin atisbo de iluminación. No obstante, el Cuervo se rebelaba a esta situación: ¡tenía que haber algo más! La oscuridad le impedía ser ágil y le dificultaba conseguir alimento, por lo que buscaba vorazmente el menor indicio de algo diferente. Por ello, al escuchar rumores sobre el anciano que guardaba la luz en su cabaña, no dudó en dirigirse hacia él al tiempo que maquinaba una estrategia para robar la luz.
Con precaución, preguntó al anciano sobre el contenido de la enorme caja que tanto protegía, a lo que este respondió:
-En su interior se encuentra una infinidad de cajas que encierran a la luz del universo, que posiblemente sea fea como una babosa y peligrosa como un lobo.
El cuervo lo escuchó con atención, pensando en su interior: “sí, puede que sea tan fea como una babosa, pero también puede que sea tan hermosa que no pueda imaginarlo.” Haciendo uso de la magia, el cuervo logró hacerse pasar por nieto del anciano, tomando la forma de un ser humano pequeño surgido del vientre de la hija del viejo.
El Niño-Cuervo creció, encarnando un humano de relucientes ojos y larga nariz que habría levantado sospechas si hubiera habido luz para verlo. Con gran inteligencia y cuidado, el Niño-Cuervo se dedicó a ganar la confianza y el afecto del guardían de la luz para poder acercarse a la enorme caja. Poco a poco, aprovechando el amor que todo abuelo siente por su nieto, el Niño-Cuervo lo fue convenciendo de retirar las cajas exteriores… hasta que, miles de días después, un leve resplandor comenzó a iluminar la cabaña conforme se descubría la pequeñísima caja que contenía la luz del universo.
Con gran emoción, el Niño-Cuervo recibió finalmente la última caja, cuyo contenido luchaba por esparcirse por el mundo. Con aquella vocecita especial que convence a los padres y los abuelos, el Niño-Cuervo le pidió al anciano que lo dejará sostener la caja de la luz aunque fuera solo por un momento… petición que fue inicialmente rechazada hasta que logró convencerlo.
Con precaución y temor, el anciano abrió la caja para lanzar la bola incandescente de su interior a su nieto, justo a tiempo para presenciar maravillado su transformación a una magnífica ave de negras y lustrosas plumas. Rápidamente, el cuervo atrapó la luz con el pico y huyó, decidido a esparcirla por el mundo. Inicialmente, pretendía conservar la luz para él, pero su tiempo con el anciano y su hija le había enseñado a admirar y amar a los humanos, por lo que decidió compartirla. La Tierra se transformó inmediatamente: las montañas y valles se perfilaron con claridad, el río emitió destellos y reflejos y la vida despertó ante un nuevo amanecer, donde los colores y la belleza deleitaban la pupila de todos aquellos seres que, sorprendidos, recibían por primera vez a la luz.
Embelesado, el cuervo no se percató de un enorme águila que lo perseguía, molesta por la repentina luminosidad a su alrededor. Cuando se dio cuenta, ya era tarde: las garras del águila se cernían sobre él, forzándolo a dejar caer la bola de luz para esquivar a la terrible cazadora. La hermosa bola de luz cayó hasta el suelo, rompiéndose en millones de pedazos que volaron hacia el cielo formando lo que ahora conocemos como el sol, la luna y las estrellas.
Satisfecho, el cuervo regresó a casa del anciano y su hija para presenciar, con sus plumas llenas de orgullo, la emoción que sintieron al vivir el primer amanecer.
Así que, ya lo sabes, ver un cuervo puede ser mucho más que una expectativa de mala suerte, si te dejas maravillar por las historias que esconde nuestro mundo y nuestra historia.
