El tamaño de la bondad

Cuenta una simpática leyenda africana, que en el inicio de los tiempos, cuando los animales y los humanos podían hablar entre ellos, un cazador se encontraba caminando por la sabana en busca de alimento. Con su aljaba y arco en la espalda paseaba, alerta y confiado, cuando escuchó un extraño ruido que sonaba a rasguños. Intrigado, se detuvo a escuchar. En efecto, había un leve sonido proveniente de un agujero en el suelo.

Curioso, el cazador caminó hacia el agujero y se sorprendió al ver una pequeña rata que había caído en el hoyo y no podía salir.

-Ayúdame por favor, -suplicó la ratita – He caído en este agujero… si no me ayudas, pronto moriré de hambre. ¡Ayúdame a salir!

Conmovido, el cazador se inclinó en el borde del pozo y utilizó su arco para acercarlo a la rata, que subió a él y lo trepó ágilmente para salir del agujero. La rata, con lágrimas de felicidad en sus ojitos, le agradeció al cazador:

Gracias, bondadoso hombre. Ten por seguro que si alguna vez estoy en posición de ayudarte, lo haré.

El hombre rió quedamente al continuar su camino, ya que la rata era diminuta ¿cómo podría esa criatura ayudarlo a él, un fuerte y valiente cazador?

Tras caminar unos cuantos minutos, el cazador se percató de un fuerte viento y oscuras nubes que advertían la llegada de una tormenta, por lo que decidió buscar refugio en una cueva cercana.

Al entrar a la cueva, el hombre comenzó a desenvolver sus provisiones para alimentarse… cuando una sombra oscureció la entrada de la cueva: un magnífico león entraba en ese momento, atrapando al hombre dentro.

-Buen día, gran y poderoso león, -dijo el hombre, en un intento de congraciarse con la bestia – Si esta es tu cueva, no tengo problema en salirme, no era mi intención quitártela, solo quería refugiarme de la lluvia…

-No, no te vayas, -respondió el enorme león – come con calma tu comida, aliméntate bien… y después, yo te comeré a ti.

El cazador, atemorizado, intentó aceptar que su fin había llegado cuando escuchó una terrible voz que resonó en toda la caverna:

Oh, sí. El cazador comerá su comida… el león comerá al cazador… y yo me comeré al león.

El león, sobresaltado, miró a todos lados sin encontrar el origen de la amenazadora voz.

-No intentes encontrarme… estoy en todas partes. Soy el asesino de leones. – intervino nuevamente la voz. – Apúrate, león, a comerte al cazador, estoy hambriento.

El temeroso león dudó unos segundos antes de decidir correr hacia la entrada de la cueva, desapareciendo en cuestión de segundos hacia el horizonte.

El cazador tomó su arco, aterrorizado de enfrentar a aquella criatura capaz de ahuyentar a un poderoso león.

-¿Dónde estás, matador de leones? – preguntó, intentando que su voz sonara firme.

-Aquí estoy. – respondió la poderosa voz… y salió la pequeña rata de entre las sombras, risueña y tremendamente divertida.

-¿Tú? – preguntó el hombre, sorprendido.

Yo, – contestó la rata- Sé que soy demasiado pequeña para luchar contra un león, pero los maravillosos ecos de la cueva hicieron que mi voz sonara terrible y poderosa.

El cazador y la rata se sentaron a compartir el alimento del hombre, que no podía dejar de arrepentirse de haberse burlado de la rata porque había aprendido una gran lección: la inteligencia y la bondad no se pueden medir.

Juzgar a los demás no es un buen hábito, menos cuando nos basamos en las apariencias para hacerlo. Esta bella leyenda también nos recuerda a jamás menospreciar cuando nos ofrecen ayuda, porque nunca sabemos si la necesitaremos.

¿Te gustó la leyenda? ¿Estás de acuerdo con la moraleja?

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